La formación del apego

Los estilos de apego que aprendemos cuando somos niños son uno de los componentes centrales, en la edad adulta, cuando trabamos relaciones significativas con otras personas. Según la teoría del apego de Bowlby (1973), las pautas de apego y sus variaciones permanecen con nosotros “de la cuna a la tumba”, no siendo solo algo característico de la forma en que nos relacionamos cuando somos infantes.

Pero el ser humano nace sin vinculaciones afectivas. ¿Cómo conseguimos formarlo? Tiene que pasar por cuatro fases hasta que lo forma:

  • Fase 1. Sensibilidad social indiferenciada (0-2 meses): No muestra preferencia por nadie en particular, aunque prefiere los estímulos sociales. Su repertorio de conductas de apego innatas lo ayudan a atraer la atención de sus cuidadores, formando interacciones de carácter socio-afectivo.
  • Fase 2. Sensibilidad social diferenciada (2-7 meses): Comienza a diferenciar a las personas que conoce y las que no conoce. Aunque a estas últimas no las rechaza abiertamente.
  • Fase 3. Apego definido (8-12 meses): Manifiesta una preferencia afectiva hacia un sujeto en concreto (suele ser la madre). Lo busca, protesta cuando se va, busca su protección, etc. Además, comienza a rechazar a los extraños que representan una amenaza.
  • Fase 4. Apegos múltiples (12-24 meses): Forma una jerarquía (madre, padre, abuelos, etc.), y si la figura principal no está acude a los demás. Suelen jerarquizar según la situación. Por ejemplo, para jugar buscará al hermano o al abuelo para escuchar cuentos. Además, está formando sus capacidades comunicativas y locomotrices. Lo que le permite separarse de sus figuras de apego con más frecuencia y más tiempo.

 

En la edad adulta nuestra decisión de a quien amar y la capacidad de amar se halla influenciada por los siguientes estilos de apego:

  • Apego seguro: Lactantes seguros. Exploran su entorno con curiosidad y se muestran felices. Los afligirá la partida de la madre, pero se consolarán a su regreso.
  • Apego evitador: Evitan el contacto con su madre. Se distraen jugando solos y no les importa si su madre sale de casa. Al observarlos en su contexto familiar se vio que son niños ignorados por sus padres.
  • Apego ansioso/ambivalente: El responsable es inconsistente con ellos y les dan una de cal y una de arena. El niño se muestra nervioso e irritable. No juega al hallarse preocupado por la presencia de su cuidador.

 

El estilo de apego en la vida adulta:

En las relaciones amorosas a largo plazo es tan importante el sentimiento de apego como la pasión sexual y la respuesta de cuidado del uno por el otro. Con el tiempo se unen por la satisfacción y la seguridad emocional que les da el vínculo del apego.

Una persona evitadora  será pesimista en el amor. Un adulto ansioso/ambivalente será proclive a los celos y a los altibajos en sus relaciones. Por el contrario, una persona con apego seguro gozará de felicidad, confianza y amistad con sus parejas. Puesto que presentan una autoestima más estable y es  más positivo.

Así, encontrar pareja e iniciar una relación y conservarla depende de varios factores, entre los que encontramos el apego. No obstante, y aunque aprendamos unas pautas de apego en la infancia, estos factores pueden cambiar en el tiempo. Dependiendo también de los diferentes sucesos importantes que podamos vivir.

 

¿Cuál es tu estilo de apego? Vamos a descubrirlo con unos ejemplos:

  • Me resulta fácil acercarme a los demás y depender de ellos. No me preocupa que se acerquen demasiado o que me abandonen. (Seguro)
  • Me preocupa que mi pareja no quiera estar conmigo o no me ame. Quiero estar cerca de ella y esto a veces asusta a los demás. (Ansioso/ambivalente)
  • Me resulta difícil confiar en los demás y me siento incómodo cuando se acercan. En ocasiones me incomoda que mis parejas se acerquen demasiado. (Evitador)

 

Noelia Rodríguez Rosalén. Psicóloga.

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