TOC, TOC, ¿qué es?

La palabra «obsesión» es bastante común en nuestro día a día. Muchas veces la usamos para referirnos a algo que nos gusta mucho («estoy obsesionada con el chocolate», «Pedro es un obseso de Star Wars»), pero en esos casos caemos en un error lingüístico. ¿Qué son realmente las obsesiones?

En Psicología hablamos de obsesiones cuando sufrimos, sin quererlo, la estampida de una serie de pensamientos o imágenes constantemente en nuestra cabeza. En los casos anteriores, si yo pienso en el chocolate, o como chocolate, es porque realmente me gusta y no me molesta que sea así. Que me guste el chocolate forma parte de mí y no me hace daño. En el caso contrario, cuando sufres una obsesión, tiene una idea (o varias) que rondan en tu mente sin cesar, y esto ocurre de forma involuntaria e incontrolada, sintiendo la persona mucho malestar a causa de tener esos pensamientos en la cabeza una y otra vez, cuando no quiere tenerlos. Además, la persona que las sufre considera estas ideas como absurdas y sin sentido, ya que siente que son pensamientos que no tienen nada que ver con su personalidad; esa es la razón por la que duelen tanto y crean tanta ansiedad.

Hay diferentes tipos de obsesiones. Tenemos establecidas unas cuantas que nos pueden servir como ejemplo:

– Obsesiones de contaminación o enfermedad: aquí la persona tiene pensamientos intrusivos (aparecen sin que quiera) relacionados con ser contagiada de alguna enfermedad o de ser contaminada si toca cosas que han tocado otras personas («si toco el pomo de esa puerta puedo coger cualquier cosa, a saber quién ha tocado eso, ¡qué asco!»). Ese pensamiento le crea tanta ansiedad que puede acabar por no tocar el pomo de esa puerta y, finalmente, generalizarlo a todas las demás puertas. Es posible que se nigue a abrirlas o que lo haga llevando a cabo rituales (o compulsiones) como usar guantes, trapos, tocarlo con las puntas de los dedos y luego lavarse las manos 20 veces, etc, todo con el objetivo de evitar la «posible» contaminación.

– Pensamientos sexuales no deseados: de repente, es posible que a una persona le venga a la cabeza un pensamiento relacionado con el sexo y que esa práctica sexual no le guste o, además, la deteste. Hablamos de pedofilia, zoofilia, tener sexo con familiares, o preguntarse si uno mismo será homosexual, entre otras posibilidades. Ese pensamiento le hace mucho daño porque no tiene nada que ver con sus preferencias sexuales y se pregunta el por qué ha pensado eso, si no será «una señal» de que eso le gusta. Le da tanto miedo la idea que intenta por todos los medios no volver a pensar en ello, provocando entonces que ese pensamiento le venga más a la cabeza. En ese momento, es posible que se esté desarrollando ya la obsesión.

– Obsesiones religiosas: es posible que en personas que son muy creyentes aparezca la idea intrusiva de blasfemar a Dios o incluso la imagen de ellos mismos teniendo sexo con Jesús. Estas obsesiones son más comunes en personas muy religiosas porque le dan mucha importancia al hecho de haber pensado algo así. Le dan un cariz muy negativo y se castigan por haberlo pensado. El querer evitar ese pensamiento crea, como en todas las obsesiones, que el pensamiento aparezca cada vez más, provocando así la desesperación del fiel y la creación de esa obsesión.

– Pérdida de control: aquí piensan una y otra vez que van a perder el control, gritando de repente en algún lugar público, haciendo daño a otros, o robando.

– Daño a otros (en concreto): su miedo tiene que ver con ser los responsables de las desgracias de otros. Aquí podemos poner el ejemplo de una persona que de repente piensa «Mis padres van a tener un accidente». Ese pensamiento produce ansiedad, y se ven en la obligación de hacer algo para evitar la posible desgracia. Sienten que si no hacen siempre lo mismo, de la misma manera, irremediablemente los padres morirán (compulsión).

– Obsesiones relacionadas con el perfeccionismo, el orden y la limpieza.

– Supersticiones.

Una vez se establece la obsesión, aparece irremediablemente la compulsión. La compulsión se puede presentar o bien en forma de conductas, o bien en forma de otras imágenes o pensamientos, y sirve para calmar la ansiedad producida por la obsesión.

En el caso de la obsesión «Mis padres van a tener un accidente», la persona puede hacer varias cosas para reducir su ansiedad; puede llamar a sus padres cada 5 minutos cada vez que cogen el coche, o puede sentir la necesidad de encender y apagar la luz 6 veces seguidas (por poner un ejemplo). Como vemos, la compulsión puede tener relación directa con la obsesión (llamar a los padres) o no (encender y apagar la luz). La cuestión es que una vez que se tuvo la obsesión, se llevó a cabo una conducta, y esa conducta tuvo el poder de reducir la ansiedad (da igual qué conducta sea, al fin y al cabo). Una vez la persona ha visto que le ha servido para sentirse mejor, volverá a repetirlo cada vez que la obsesión le atormente, creándose así un ritual.

Un ejemplo de compulsión encubierta (que no se ve, como otro pensamiento u otra imagen), podría ser ante la obsesión «Dios no me quiere», pensar todo lo contrario para sentirnos mejor («Dios es amor»). Si cada vez que aparece la obsesión que me hace daño, yo intento calmar esa ansiedad con otro pensamiento (o conducta), consigo sentirme mejor, aunque sólo sea durante unos segundos.

 

El problema que tienen las compulsiones o rituales es que, a pesar de calmar el malestar a corto plazo, no funcionan para eliminar las obsesiones, que al fin y al cabo son la raíz del problema. La persona se siente impotente porque ve que a pesar de sus intentos por eliminarlas y sentirse mejor, cada vez sus obsesiones se hacen más fuertes o incluso aparecen nuevas.

Esta es una pequeña introducción al Trastorno Obsesivo-Compulsivo. Si te ves identificado con lo que acabas de leer, puedes pedir cita para que estudiemos tu caso y le pongamos solución.

 

Estefanía Cárcel Esteban

Psicóloga en Centro de Psicología Sanitaria Valencia.

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