El impacto psicológico de las altas temperaturas
Como cada verano que pasa, las temperaturas extremas parecen convertirse en la nueva normalidad. Las olas de calor ya no son eventos aislados, sino episodios frecuentes que se cuelan en nuestra rutina, nuestra forma de dormir y como cada vez vemos con más claridad en la práctica clínica también en nuestro estado emocional.
Desde mi experiencia como psicólogo, y también desde la observación personal, he notado cómo el calor influye directamente en la forma en que pensamos, sentimos y reaccionamos. Y aunque muchas veces lo naturalizamos, el impacto psicológico del calor merece ser tomado en serio.
Cuando el ambiente es excesivamente caluroso, nuestro cuerpo no solo responde sudando o buscando sombra, también activa respuestas fisiológicas similares al estrés. Esto implica un mayor esfuerzo del sistema nervioso para autorregular la temperatura, lo que deja menos recursos para funciones como la concentración, la autorregulación emocional o la resolución de problemas.
Esta sobrecarga puede traducirse en síntomas que muchas personas no asocian inmediatamente al clima, como:
- Irritabilidad persistente
- Ansiedad difusa o aumento del nerviosismo
- Sensación de “mente nublada”
- Problemas de sueño, especialmente insomnio
- Fatiga mental y emocional
Numerosas investigaciones ya han establecido vínculos entre el calor extremo y un aumento en los niveles de agresividad, así como en la frecuencia de episodios de ansiedad, depresión y otros trastornos del estado de ánimo. Estos efectos no se limitan a poblaciones vulnerables, nos atraviesan a todos, en mayor o menor medida.
Durante el verano, es habitual escuchar frases como: “no me aguanto ni a mí mismo/a”, “todo me molesta” o “no tengo paciencia para nada”. Y aunque a veces se dicen en tono de broma, revelan una verdad incómoda, el calor puede empujarnos a un estado de saturación emocional.
La irritabilidad, por ejemplo, aumenta notablemente en los días de más calor. Esto se debe a que, al estar expuestos a temperaturas extremas, disminuye nuestra tolerancia a la frustración. Las emociones se vuelven más reactivas y menos moduladas.
A esto se suman los problemas para conciliar el sueño, causados por la dificultad de mantener una temperatura corporal óptima durante la noche. Dormir mal, como sabemos en psicología, tiene consecuencias directas sobre el equilibrio emocional, el funcionamiento ejecutivo del cerebro y la capacidad de enfrentar el estrés cotidiano.
Desde la psicología, es posible abordar este fenómeno con estrategias de regulación emocional y de autocuidado. Algunas de las más eficaces incluyen:
Reducir la autoexigencia
Aceptar que nuestro rendimiento (mental, físico y emocional) puede verse afectado por el calor. No se trata de debilidad, sino de una respuesta natural del cuerpo y la mente. Darnos permiso para bajar el ritmo es, en sí misma, una forma de salud mental.
Adaptar los horarios emocionales
Evitar tomar decisiones importantes o enfrentar situaciones emocionalmente demandantes durante las horas de mayor temperatura. Cuando el cuerpo está en modo de supervivencia, es más fácil reaccionar impulsivamente.
Buscar espacios emocionalmente frescos
No solo se trata de ventilación o aire acondicionado, sino de crear entornos tranquilos, con menos estímulos sensoriales. Un espacio emocionalmente “fresco” también ayuda a regular el sistema nervioso.
Practicar pausas de autorregulación
Respiración consciente, mindfulness, visualización o simplemente detenerse unos minutos a tomar agua con atención plena. Son pequeños actos que permiten al cerebro “resetear” su respuesta ante el malestar.
Validar lo que sentimos
No minimizar ni racionalizar en exceso, si el calor nos está afectando, es válido decirlo. Nombrar el malestar es el primer paso para manejarlo con herramientas saludables.
El estrés térmico, aunque sutil, es una forma de sobrecarga que puede agudizar problemas ya existentes o generar nuevos malestares.
Hablar de esto no es exagerar. Es prevenir. Es adaptar nuestro enfoque clínico y psicoeducativo a una realidad que está presente. Y sobre todo, es reconocer que no somos solo cuerpo, ni solo mente, somos un sistema completo que responde, siente y se transforma con el entorno.
Cuidarnos también implica escucharnos cuando el calor no solo nos agota físicamente, sino que empieza a afectar nuestra forma de ser y de sentir.
José Jaime Pascual Piqueres
Psicólogo colaborador en el Centro de Psicología Calma al Mar
Miembro de la Asociación Española de Psicología Sanitaria AEPSIS




