El impacto psicológico de los grandes incendios: cuando el fuego también quema por dentro
Los incendios de gran magnitud no solo provocan pérdidas humanas, arrasan bosques, viviendas y bienes materiales; también dejan huellas invisibles en la mente y en el corazón de las personas. El sufrimiento psicológico que provocan puede adoptar distintas formas dependiendo de la cercanía con la que se viva el suceso. Quienes lo experimentan en primera persona pueden desarrollar traumas profundos, mientras que quienes lo presencian a través de la prensa, la televisión o las redes sociales también pueden sentir un dolor intenso al ver el sufrimiento ajeno y la destrucción del entorno natural.
Cuando se vive de forma cercana: el trauma de lo irreparable
Para las personas que se ven directamente afectadas por un incendio, la experiencia puede ser devastadora. El simple hecho de sentir el fuego cerca, escuchar las sirenas, respirar el humo o huir para salvar la vida activa una respuesta extrema en el organismo. El sistema nervioso interpreta que la amenaza es inminente, y esta vivencia puede quedar grabada como un trauma.
Los síntomas más comunes en estos casos incluyen pesadillas recurrentes, flashbacks (revivir mentalmente el momento del fuego), ansiedad intensa, insomnio, irritabilidad y un estado de hipervigilancia constante. Muchas personas relatan sentir que no pueden bajar la guardia, como si en cualquier momento pudiera repetirse el desastre.
El duelo también desempeña un papel central. No se trata únicamente de la pérdida de bienes materiales; se pierde un hogar lleno de recuerdos, la sensación de seguridad y, en muchos casos, los paisajes cotidianos que daban identidad a la persona. Algunos incluso sufren la pérdida de mascotas o animales de granja, lo que añade una carga emocional de enorme intensidad. Todo ello puede derivar en un duelo complicado, donde el dolor y la rabia se entrelazan con una sensación de vacío difícil de elaborar.
Además, la vida posterior al incendio suele estar marcada por la incertidumbre: la necesidad de reubicarse, el proceso lento de reconstrucción y la lucha por recuperar una rutina. Esta falta de estabilidad puede alimentar sentimientos de desesperanza, tristeza profunda o incluso depresión.
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Cuando se presencia a través de los medios: el dolor de lo ajeno
Aunque no se haya vivido el incendio en primera persona, la exposición a las imágenes y relatos de los medios también puede tener un fuerte impacto psicológico. Las fotografías de casas calcinadas, los testimonios de familias que lo han perdido todo y las imágenes de montañas reducidas a cenizas despiertan un dolor que va más allá de la empatía.
En estos casos, el sufrimiento se activa a través de lo que conocemos como estrés vicario o trauma vicario, es decir, el impacto emocional de presenciar o conocer el dolor ajeno. Muchas personas sensibles o con experiencias previas de pérdida pueden sentirse profundamente removidas, llegando a experimentar ansiedad, tristeza o incluso insomnio tras una sobreexposición a estas noticias.
También es habitual que este tipo de imágenes refuercen una percepción de inseguridad en el mundo. El fuego se convierte en un recordatorio de la fragilidad de la vida, del poder de la naturaleza y de la vulnerabilidad humana frente a fenómenos que escapan a nuestro control. En contextos de cambio climático, además, estos incendios se interpretan como señales de alerta global, generando preocupación, angustia y ansiedad.
Un denominador común: vulnerabilidad y desprotección
Tanto en quienes han vivido el incendio en carne propia como en quienes lo observan a través de los medios, el efecto compartido es la sensación de vulnerabilidad. Los incendios ponen de manifiesto lo efímero de nuestras seguridades, la facilidad con la que todo puede cambiar en cuestión de minutos y la imposibilidad de controlar ciertos acontecimientos.
Las emociones más frecuentes son la tristeza, la rabia, el miedo y la impotencia. En algunos casos, estos sentimientos pueden transformarse en un compromiso activo —personas que deciden implicarse en labores de voluntariado, ayuda comunitaria o defensa medioambiental—. En otros, sin embargo, pueden cronificarse y derivar en cuadros de estrés postraumático, ansiedad generalizada o depresión.
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Recursos para mitigar el sufrimiento
Frente a este impacto psicológico de un incendio que arrasa miles de hectáreas, existen recursos que pueden ayudar a las personas a procesar lo ocurrido y a encontrar formas de equilibrio emocional:
Buscar apoyo social y comunitario: compartir la experiencia con familiares, amigos o vecinos alivia la carga emocional y favorece la resiliencia.
Terapia psicológica especializada: especialmente en casos de trauma, el acompañamiento profesional es fundamental para trabajar los recuerdos dolorosos y reducir la intensidad de los síntomas.
Cuidar la exposición a los medios: en quienes no han vivido el incendio directamente, es recomendable limitar la cantidad de imágenes y noticias consumidas para no intensificar la angustia.
Rituales de despedida y reconstrucción: para quienes han perdido su hogar o su entorno, realizar pequeños rituales simbólicos de despedida y participar en acciones de reconstrucción ayuda a resignificar la experiencia.
Conservar nuestros bosques y medios naturales es esencial no solo para la salud del planeta, sino también para nuestro bienestar psicológico. El contacto con la naturaleza es uno de los pilares del bienestar. Cuando un bosque arde, no solo se pierden árboles: también se destruyen espacios que nos conectan con la calma y el sentido de pertenencia. La deforestación y los incendios afectan a la biodiversidad, pero también a nuestra identidad cultural y a la memoria colectiva de los lugares. Proteger los bosques es proteger nuestra salud mental y la de las futuras generaciones. Cada árbol que cuidamos es un refugio de vida y un recordatorio de equilibrio. Recuperar y mantener los ecosistemas es apostar por un mundo más humano, sostenible y esperanzador. Sin naturaleza no hay salud, y sin salud no hay vida plena.
Los incendios son un recordatorio brutal de la fragilidad de nuestra existencia, pero también una oportunidad para reconocer la importancia del cuidado de la naturaleza, del acompañamiento emocional a quienes sufren por las pérdidas y del necesario compromiso con la preservación del entorno natural. El fuego deja cicatrices en la tierra y en las personas. Cicatrices que aunque se tapen, permanecen ahí toda la vida.
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Fernando Pena Vivero
Psicólogo, director del Centro de Psicología Calma Al Mar y presidente de la Asociación Española de Psicología Sanitaria AEPSIS
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